Sin mucha inspiración para lo nuevo, dejo el link a unVídeo de Low, un grupo cuya música vuelvo a escuchar hoy, y me sigue revolucionando por dentro desde que me la recomendaron. (Lo acompaño de una crítica que escribí hace mucho en su concierto de Madrid.) El del vídeo no es el mejor tema ni el más representativo si esta apreciación es posible, pero sí es de los más conocidos. Y desde luego el directo es la manera de escucharlos. Aún así, que se acelere vuestro pulso.
R.Piquer-abril 2005
Acudir a un concierto de Low, no es sólo un privilegio, es un aprendizaje, un desafío personal a la capacidad propia de saber escuchar, y de percibir cada detalle de melodías y acordes. Aunque encuadradas en una estética minimalista, quizá por el tópico de su sentido intimista y “melancólico”, sus canciones se constituyen en verdaderos himnos, elaboraciones perfectas de temas recurrentes que al final uno hace propios, si es que ha sido capaz de responder a la honda reflexión que en ellos se hace.
Si despojamos al grupo de sus atribuciones, acertadas o no, desde el enfoque crítico de los últimos años, al slowcore, el dream rock, etc, etc…. queda todo un revulsivo para la música actual. Música pura, música que aúna perfectamente las palabras con el gesto musical, que sabe utilizar los silencios como un elemento más del ritmo y de la melodía, que se contrae y se recoge, y que se distiende y se desgarra, ésto último no sólo con el despliegue de la guitarra, potenciado en su último álbum, The Great Destroyer, si no con la propia voz expandida, doblada y envolviéndonos a veces en dimensiones irreales.
Solamente mediante guitarra, (Alan Sparhawk) bajo (Zac Rally ) y batería ( Mimi Parker ), este trío de Minnesota consigue emocionar. A veces desde la sencillez de canciones con estribillos “llevables”, redondos, esperanzadores, como Step, que van dando pasos por el pop- rock alternativo y vuelven a la experimentación de estrofas expresivas donde el bajo lleva el protagonismo oscureciendo el sonido antes de volver a ver la luz. Y a veces emocionan desde la complejidad de la tristeza, Silver Rider o When I go deaf, pero una tristeza sobria, armónica, simétrica, nunca deformada, nunca depresiva, …siempre en su punto, siempre bella. Lo bello, como alguien dijo alguna vez, siempre tiene algo de triste…más que eso, contemplar o escuchar la belleza siempre se convierte en elucubración, en autorreflexión, y en autocrítica, y siempre es esperanzador, y positivo.
Por eso no creo en las críticas sobre Low que hablan de tristeza, de melancolía, de intimismo. Low están cantando al mundo, se desgañitan tanto cuando utilizan pocos elementos en las canciones, casi rozando el susurro y el silencio, como cuando potencian el ritmo o la guitarra. Todas las opciones, si se quiere, son reflexivas, y sí entonces, íntimas o intimistas, porque transmiten el mensaje de la manera más directa. Esa emoción expresiva, viene del culto a lo bien hecho y a lo que llena, y sin embargo mediante muchas formas, desde el folk, country, al postrock……y muchos más ámbitos colindantes que Low saben perfectamente aunar.
Alternando con perfecto conocimiento de causa, temas de anteriores discos, como el maravilloso Sunflower, del álbum Things we lost in the Fire, que fue todo un llamamiento a la belleza “callada”, y a la dulzura, hasta los acordes de la mayor parte de canciones del último álbum, The Great Destroyer, del cual, a pesar de que el público nuevo en estos sonidos esperaba las potentes Monkey, o la “popera” California, sin duda destacaron Silver Rider o When I go deaf. En ésta última nos hubiera gustado escuchar mejor, más nítido, el solo de guitarra, una melodía de arabescos llevados al rock actual,arraigados en Norteamérica y en su folk, en vastos campos verdes y en leyendas, o en montes nevados de eterno silencio. Por esos paisajes, siempre densos e iluminados, nos perdimos gracias, entre otras cosas, a la arrulladora voz de Mimi Parker, y solo algún ruido producido por el público interrumpió ese sueño de comunión con nosotros mismos, y la música.
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