martes, diciembre 19, 2006
Hace un siglo
Ha pasado casi un siglo desde que los arquitectos Antonio Palacios y Joaquín Otamendi diseñaron el Palacio de Comunicaciones de Madrid, el edificio de Correos situado en la Plaza de Cibeles. Un edificio emblemático. Símbolo de la arquitectura española de principios del siglo XX, y símbolo del tránsito de Madrid, del enclave de paso hacia su movimiento, su comunicación con el exterior..., en definitiva símbolo de la apertura de la ciudad. Precisamente porque fue concebido para ello. Porque como buenos arquitectos, sus creadores supieron plasmar en la piel del edificio, a través de la piedra y del espacio, a través del volumen y de la corporeidad, y del vacío y su intangibilidad, esa dualidad perfecta entre lo que viaja y lo que queda. Y ello con un sentido histórico perfecto: aunando en el edificio las masas recortadas de columnas flanqueantes que lo refuerzan como un buque que guarda el tránsito de los objetos y de las palabras, de lo abstracto y de lo concreto. Con las ventanas que permiten al contenido del barco respirar el aire multicultural de la ciudad de Madrid. Un aire de vientos cambiantes, de corrientes dispares y de integración de lo nuevo en una historia arraigada de forma especial en este caso, en su arquitectura.Idóneamente situadas, dan al edificio un sentido neogótico a partir de las estructuras de hierro que rajan y vacían su pesantez, sin dejar de lado referencias a la arquitectura de Viena de Fin de Siglo, en la cual la estética del edificio respondía a su funcionalidad, y por tanto su estructura y materiales eran todo uno, en el espacio y en el tiempo.
Y además nos encontramos con un edificio español, donde el color, la decoración, ciertas formas de la piedra, y los volúmenes entrantes y salientes que lo convierten en bastión, no dejan de recordar a la arquitectura española del Renacimiento e incluso del Barroco.
Un edificio histórico más en Madrid. Un edificio que se hizo respondiendo a un sentido global de la ciudad, y a un sentido concreto de su necesidad.
Me parece aberrante que se hayan derruído algunos históricos como el destinado a aparcamiento de la Plaza de Sto Domingo, efificio que recibió un Premio de arquitectura, construído en 1920.
Me duele volver de viajes por ciudades en las que le sentido histórico se une al estético y el respeto por la historia y por la estética se cumplen al abordar reformas o renovaciones.., y encontrarme avergonzada con mi ciudad, Madrid, convertida en un campo de concentración, en asfalto... veo la plaza de Tirso de Molina guardando las flores en nichos acristalados bajo el cemento, y la vida real que alrededor de su boca de Metro se creaba, va desapareciendo. ¿acaso molestaba?... Las farolas "modernas", por intentar describirlas de alguna forma, destruyen la visión del cielo de Madrid, y de los edificios de la Plaza de Tirso; (cuando en su día se hicieron unas famosas farolas modernas -ahora lo escribo sin comillas- las lenguas viperinas y carentes de cultura consiguieron quitarlas de Madrid con una campaña sucia sólo porque entonces gobernaba el PSOE. Ahora nadie dice nada).
Y las luces de Navidad, dispares y sin atender a su entorno, cada año más horteras....diseñadas por Agatha Ruiz de la Prada, (mujer de Pedro J. Ramírez), ahora se entiende todo.
Casi nos quedamos hace tiempo sin árboles en el Paseo del Prado, y de nuevo querían arrasarlo con el gris sin forma, sin estructura, sin historia y sin renovación, sin vacío y sin volumen...el asfalto. No olvidemos las obras de la M-30 tampoco... no nos acostumbremos a ésto, a esta burla del dinero y del poder.
Una de las últimas burlas a los ciudadanos madrileños que contemplo, entre otras muchas, es la que sugiere y da comienzo a este texto: el edificio de Correos va a albergar el Ayuntamiento de Madrid. No puedo salir del asombro y del dolor impotente de tener en Madrid gobernantes que ignoran el sentido de la arquitectura, y del urbanismo lógicamente también. Gobernantes cuya megalomanía es explícita y que no entienden el discurso estético de una ciudad, que probablemente no hayan viajado apreciando la unión entre los edificios, las calles,las líneas verticales y horizontales, las perspectivas, las esquinas, los enclaves, la armonía, lo lleno, lo vacío, el interior y el exterior, el cielo y el suelo, todo el espacio y sus habitantes... gobernantes que probablemente no saben Mirar, y que probablemente no hayan leído obras como Espacio, Tiempo y Arquitectura de Sigfried Giedion. Porque ignoran estos conceptos y su vinculación con el Arte, la Historia y Civilización.
domingo, noviembre 19, 2006
Dies Irae
Estaba allí, de nuevo. Sentada en aquella mesa redonda, de madera antigua. Escuchaba la música y apuntaba, y sentía que iba a ser posible. Podría hacer lo mismo sin tener que estar recluída en aquel sótano, de paderes negras, oculta, escondida. Solamente la mesa, sus ideas, unas cuantas cajas de CDs, el reproductor metalizado, antiguo ya, lleno de botones y una pequeña pantalla digital que demostraba su antigüedad, la música fluyendo.
Lo iban a conseguir, eran muchos. Arriba, en el gran salón, nadie podía imaginar que unos cuantos tramos de escaleras encubiertos tras la pared llevaban a aquella sala de operaciones. Allí se reunían, para escuchar, para comprender, para entender y poder enseñar la música, su poder en la historia, su papel necesario, la necesidad de escucharla atentamente, de hacerla suya, de interiorizarla, ver su valor como lenguaje, como testimonio del tiempo, del mundo, del pensamiento…. Allí se emocionaban, allí descubrían el cosmos en las notas y allí reescribían lo que Ellos les habían quitado, lo recordaban y lo reescribían.
Oyó un ruido. Crujían los últimos escalones, un escalofrío, y cierto miedo, como siempre… pero no, no iba a pasar nada, de nuevo era él.
Bajo la luz mortecina se marcaban más aún sus rasgos ajados, el paso del tiempo y la sabiduría concentrada en la mirada, no obstante brillante en tímidos destellos, a veces unidos a una sonrisa de satisfacción, a pesar de todo, a pesar de haberse puesto en peligro muchas veces. Sólo una vez ocurrió, y podía haber sido mucho más terrible. Finalmente sólo tuvo que pasar una noche encerrado. Ellos le encontraron. No allí, en el sótano del gran edificio de vidrio gris y pilares de aluminio. No allí, sino en refugio de un bosque, cuando la civilización se desmoronaba, y ellos la despojaban de los libros. Lo encontraron entonces con una lágrima cayendo ante la inmensidad de aquellas voces en la obra de Mozart, Dies irae, dies illa….., que le recordaban una muerte aún más dolorosa: la incapacidad de expresar, de discurrir, de discernir, de tener conciencia.
Sí, él había venido. Estaba nerviosa. Su mano siempre temblorosa en el mando del aparato metálico controlando cada milímetro. Un mínimo fallo podía cambiar la frecuencia y Ellos podían percibirlo. Habían creado las máquinas reproductoras y los cd’s para sus fines. Las conocían. Y además eran capaces de detectar el pulso, los tonos, los graves, agudos…, los silencios…, el sentido de la música maldita, la música que hacía pensar en el origen de las cosas, la música de la conciencia del tiempo, la música que evolucionaba y que retrocedía, que se escribía de muy diversas maneras, que significaba la Historia, y que por ello escondía secretos innombrables para muchos. La conocían perfectamente y por eso la odiaban, porque podía arruinarles, porque podía bajarles de su lugar, a Ellos. Porque provocaría la revolución, porque levantaría conciencias y sentimientos, porque derrocaría la ignorancia y porque su conocimiento igualaría las clases. Lo habían conseguido con los libros, pero ahora…
Detuvo el reproductor y se quitó los auriculares. Aquellas máquinas antiguas, una vez inventadas por Ellos, y ahora usurpadas en la clandestinidad para el fin contrario, les habían servido para Escuchar...Se sentía muy débil…, llevar tanto tiempo esos auriculares le molestaba y le hacía daño en los oídos. Recordaba la música viva, directa, compartida, la escena, la interacción con le público, recordaba la emoción ante el gesto y la singularidad de cada interpretación. Le recordaba a él, dirigiendo, y siendo uno con la música, con los músicos pues, con la mirada, el movimiento del cuerpo, con la mente.
Él mesaba el pelo canoso, y hablaba quedo, recordando con su tono el posible peligro. Conversaron sobre los que estaban, arriba, en el gran salón acristalado, en aquella convención de automatismo. Sobre la tristeza que les envolvía en su labor diaria desde que Ellos la controlaban. Sobre las carencias de las aulas donde los rostros de los pequeños también se vestían de gris. Sobre su cansancio ante la imposibilidad, sentirse atados de manos y pies para enseñar el valor de la música. Perfilaron estrategias y contaron nuevos fichajes además de nuevos tesoros musicales hallados, que poco a poco alguna, muy poca, gente les daba para ayudarles. Había que encontrar la manera de transmitirlos, había que encontrar la manera de trasmitir esa música, y para ello, había que escucharla, recordar cómo se escribió una vez, y cómo se podía reescribir, reinventar ahora.
Conversaron durante una hora. Nadie les echó en falta. Tenían que marcharse, era tarde, la reunión había terminado. Ella prefirió quedarse, pasar allí la noche y continuar escuchando. Él marchó ufano con la esperanza de la ayuda próxima y del trabajo diario que, aunque sutil, algunos niños podrían asimilar.
Estaba sola. La envolvió el silencio, la envolvió el negro de la pared y la luz inquisidora en la pequeña lámpara. La envolvió su propia oscuridad. Cogió unos cuantos cd’s y buscó. Uno de ellos la encontró a ella: de nuevo aquella secuencia para los difuntos, aquella que un día le conmovió a él. Lo puso. Lo dejó sonar.
Dies irae, dies illa,
Solvet saeclum in favilla
Teste David cum Sibylla.
Quantus tremor est futurus,
Quando iudex est venturus,
Cuncta stricte discussurus!
Tuba mirum spargens sonum
Per sepulchra regionum
Coget omnes ante thronurn.
Mors stupebit et natura,
Cum resurget creatura
Iudicanti responsura.
Liber scriptus proferetur,
In quo totum continetur,
Unde mundus iudicetur.Se estremeció. De repente una luz, pasos precipitados, atropellados, por la escalera negra, y una linterna, ya cerca. No era él, no era nadie de los suyos. Eran Ellos.
Había fallado. Se había fallado a sí misma y a todos. Había olvidado los auriculares. Había llenado la habitación, la escalera, todas las salas frías del edificio... de sonido pleno, …había llenado su mundo y el mundo de música vibrante, de música que retumbaba en los oídos, en las paredes, en el cristal frío, en el metal, en el cemento, y fuera en la noche, en el campo aún vivo pleno de silencio.
Y todo había terminado.
No podría seguir aprendiendo y enseñando, y menos escuchando. Permanecería en un centro especial.
Él fue a visitarla. Cuando le vió entrar rompió en llanto de impotencia. Desolación, dolor profundo en el pecho. No había podido ser. Por su culpa. Ella había fallado al mundo. Ella era la culpable…, por no controlar el impulso y necesitar de la escucha abierta, por olvidar callar, por olvidar “bajar” el volumen, por olvidar que la conciencia hecha música y la música hecha conciencia son peligrosas.
Lo iban a conseguir, eran muchos. Arriba, en el gran salón, nadie podía imaginar que unos cuantos tramos de escaleras encubiertos tras la pared llevaban a aquella sala de operaciones. Allí se reunían, para escuchar, para comprender, para entender y poder enseñar la música, su poder en la historia, su papel necesario, la necesidad de escucharla atentamente, de hacerla suya, de interiorizarla, ver su valor como lenguaje, como testimonio del tiempo, del mundo, del pensamiento…. Allí se emocionaban, allí descubrían el cosmos en las notas y allí reescribían lo que Ellos les habían quitado, lo recordaban y lo reescribían.
Oyó un ruido. Crujían los últimos escalones, un escalofrío, y cierto miedo, como siempre… pero no, no iba a pasar nada, de nuevo era él.
Bajo la luz mortecina se marcaban más aún sus rasgos ajados, el paso del tiempo y la sabiduría concentrada en la mirada, no obstante brillante en tímidos destellos, a veces unidos a una sonrisa de satisfacción, a pesar de todo, a pesar de haberse puesto en peligro muchas veces. Sólo una vez ocurrió, y podía haber sido mucho más terrible. Finalmente sólo tuvo que pasar una noche encerrado. Ellos le encontraron. No allí, en el sótano del gran edificio de vidrio gris y pilares de aluminio. No allí, sino en refugio de un bosque, cuando la civilización se desmoronaba, y ellos la despojaban de los libros. Lo encontraron entonces con una lágrima cayendo ante la inmensidad de aquellas voces en la obra de Mozart, Dies irae, dies illa….., que le recordaban una muerte aún más dolorosa: la incapacidad de expresar, de discurrir, de discernir, de tener conciencia.
Sí, él había venido. Estaba nerviosa. Su mano siempre temblorosa en el mando del aparato metálico controlando cada milímetro. Un mínimo fallo podía cambiar la frecuencia y Ellos podían percibirlo. Habían creado las máquinas reproductoras y los cd’s para sus fines. Las conocían. Y además eran capaces de detectar el pulso, los tonos, los graves, agudos…, los silencios…, el sentido de la música maldita, la música que hacía pensar en el origen de las cosas, la música de la conciencia del tiempo, la música que evolucionaba y que retrocedía, que se escribía de muy diversas maneras, que significaba la Historia, y que por ello escondía secretos innombrables para muchos. La conocían perfectamente y por eso la odiaban, porque podía arruinarles, porque podía bajarles de su lugar, a Ellos. Porque provocaría la revolución, porque levantaría conciencias y sentimientos, porque derrocaría la ignorancia y porque su conocimiento igualaría las clases. Lo habían conseguido con los libros, pero ahora…
Detuvo el reproductor y se quitó los auriculares. Aquellas máquinas antiguas, una vez inventadas por Ellos, y ahora usurpadas en la clandestinidad para el fin contrario, les habían servido para Escuchar...Se sentía muy débil…, llevar tanto tiempo esos auriculares le molestaba y le hacía daño en los oídos. Recordaba la música viva, directa, compartida, la escena, la interacción con le público, recordaba la emoción ante el gesto y la singularidad de cada interpretación. Le recordaba a él, dirigiendo, y siendo uno con la música, con los músicos pues, con la mirada, el movimiento del cuerpo, con la mente.
Él mesaba el pelo canoso, y hablaba quedo, recordando con su tono el posible peligro. Conversaron sobre los que estaban, arriba, en el gran salón acristalado, en aquella convención de automatismo. Sobre la tristeza que les envolvía en su labor diaria desde que Ellos la controlaban. Sobre las carencias de las aulas donde los rostros de los pequeños también se vestían de gris. Sobre su cansancio ante la imposibilidad, sentirse atados de manos y pies para enseñar el valor de la música. Perfilaron estrategias y contaron nuevos fichajes además de nuevos tesoros musicales hallados, que poco a poco alguna, muy poca, gente les daba para ayudarles. Había que encontrar la manera de transmitirlos, había que encontrar la manera de trasmitir esa música, y para ello, había que escucharla, recordar cómo se escribió una vez, y cómo se podía reescribir, reinventar ahora.
Conversaron durante una hora. Nadie les echó en falta. Tenían que marcharse, era tarde, la reunión había terminado. Ella prefirió quedarse, pasar allí la noche y continuar escuchando. Él marchó ufano con la esperanza de la ayuda próxima y del trabajo diario que, aunque sutil, algunos niños podrían asimilar.
Estaba sola. La envolvió el silencio, la envolvió el negro de la pared y la luz inquisidora en la pequeña lámpara. La envolvió su propia oscuridad. Cogió unos cuantos cd’s y buscó. Uno de ellos la encontró a ella: de nuevo aquella secuencia para los difuntos, aquella que un día le conmovió a él. Lo puso. Lo dejó sonar.
Dies irae, dies illa,
Solvet saeclum in favilla
Teste David cum Sibylla.
Quantus tremor est futurus,
Quando iudex est venturus,
Cuncta stricte discussurus!
Tuba mirum spargens sonum
Per sepulchra regionum
Coget omnes ante thronurn.
Mors stupebit et natura,
Cum resurget creatura
Iudicanti responsura.
Liber scriptus proferetur,
In quo totum continetur,
Unde mundus iudicetur.Se estremeció. De repente una luz, pasos precipitados, atropellados, por la escalera negra, y una linterna, ya cerca. No era él, no era nadie de los suyos. Eran Ellos.
Había fallado. Se había fallado a sí misma y a todos. Había olvidado los auriculares. Había llenado la habitación, la escalera, todas las salas frías del edificio... de sonido pleno, …había llenado su mundo y el mundo de música vibrante, de música que retumbaba en los oídos, en las paredes, en el cristal frío, en el metal, en el cemento, y fuera en la noche, en el campo aún vivo pleno de silencio.
Y todo había terminado.
No podría seguir aprendiendo y enseñando, y menos escuchando. Permanecería en un centro especial.
Él fue a visitarla. Cuando le vió entrar rompió en llanto de impotencia. Desolación, dolor profundo en el pecho. No había podido ser. Por su culpa. Ella había fallado al mundo. Ella era la culpable…, por no controlar el impulso y necesitar de la escucha abierta, por olvidar callar, por olvidar “bajar” el volumen, por olvidar que la conciencia hecha música y la música hecha conciencia son peligrosas.
domingo, noviembre 12, 2006
Manuel Vicent. El Becerro
No puedo dejar de poner este texto de Vicent.
El becerro
MANUEL VICENT
El País 12-11-2006
En la antigüedad los artistas eran esclavos. Sus obras podían servir a los dioses o llenar de esplendor a los tiranos, pero su vida pertenecía por entero a sus dueños. En la Edad Media los pintores y escultores fueron simples artesanos anónimos, que esculpían tallas románicas o pintaban retablos de exquisita belleza y sólo se calentaban el estómago con sopa de borrajas. Hubo que llegar al Renacimiento para que algunos artistas comenzaran a firmar sus obras de propia mano y a gozar de cierto prestigio social. Liberados de la esclavitud o del anonimato, tuvo que pasar mucho tiempo antes de que los artistas pudieran prescindir de los mecenas, sus nuevos amos o de los encargos de la iglesia y de la aristocracia, que les permitían subsistir con alguna dignidad. De una u otra forma el arte ha sido siempre vasallo del dinero. Desde los templos de los faraones hasta los rascacielos de Manhattan los artistas han hecho nido a la sombra del becerro de oro, un ídolo que ha ido cambiando de lugar a lo largo de la historia. Del Antiguo Egipto pasó a la Grecia clásica y a ésta se lo arrebató el Imperio de Roma. Después de un largo periodo de oscuridad, cuando el becerro afloró la poderosa cornamenta en los Países Bajos y en Florencia, allí se establecieron los artistas para adorarlo. De la Florencia renacentista de los Médicis se trasladó a la Roma barroca del Papado; en el siglo XIX el becerro fue entronizado en París, donde los artistas comenzaron a ser apacentados por los primeros marchantes y coleccionistas, y al final de la II Guerra Mundial los norteamericanos se lo llevaron como botín a Nueva York para exhibirlo sobre un alto pedestal de dólares. La hegemonía económica y política de un país ha ido siempre acompañada por una irradiación de arte desde su seno. Este otoño las salas de subastas de Nueva York están agitando grandes remolinos de dinero, que pueden dejar a Picasso o a Monet instalados en el comedor de un rey del plástico, magnate del petróleo o fabricante de cosméticos, que son los Médicis de hoy. El arte busca el dinero, pero a su vez puede llenar de luz a un asesino y convertir en un ser divino a cualquier bellotero. Ahora el becerro da señales de querer cambiar de lugar. Los artistas le están montando el nuevo altar en Berlín. El arte y el dinero nunca se equivocan. Si el becerro de oro, precedido por marchantes judíos, se aposenta en Berlín, será un síntoma inequívoco de la decadencia de Norteamérica y de que otra era de esplendor para Alemania ha comenzado.
El becerro
MANUEL VICENT
El País 12-11-2006
En la antigüedad los artistas eran esclavos. Sus obras podían servir a los dioses o llenar de esplendor a los tiranos, pero su vida pertenecía por entero a sus dueños. En la Edad Media los pintores y escultores fueron simples artesanos anónimos, que esculpían tallas románicas o pintaban retablos de exquisita belleza y sólo se calentaban el estómago con sopa de borrajas. Hubo que llegar al Renacimiento para que algunos artistas comenzaran a firmar sus obras de propia mano y a gozar de cierto prestigio social. Liberados de la esclavitud o del anonimato, tuvo que pasar mucho tiempo antes de que los artistas pudieran prescindir de los mecenas, sus nuevos amos o de los encargos de la iglesia y de la aristocracia, que les permitían subsistir con alguna dignidad. De una u otra forma el arte ha sido siempre vasallo del dinero. Desde los templos de los faraones hasta los rascacielos de Manhattan los artistas han hecho nido a la sombra del becerro de oro, un ídolo que ha ido cambiando de lugar a lo largo de la historia. Del Antiguo Egipto pasó a la Grecia clásica y a ésta se lo arrebató el Imperio de Roma. Después de un largo periodo de oscuridad, cuando el becerro afloró la poderosa cornamenta en los Países Bajos y en Florencia, allí se establecieron los artistas para adorarlo. De la Florencia renacentista de los Médicis se trasladó a la Roma barroca del Papado; en el siglo XIX el becerro fue entronizado en París, donde los artistas comenzaron a ser apacentados por los primeros marchantes y coleccionistas, y al final de la II Guerra Mundial los norteamericanos se lo llevaron como botín a Nueva York para exhibirlo sobre un alto pedestal de dólares. La hegemonía económica y política de un país ha ido siempre acompañada por una irradiación de arte desde su seno. Este otoño las salas de subastas de Nueva York están agitando grandes remolinos de dinero, que pueden dejar a Picasso o a Monet instalados en el comedor de un rey del plástico, magnate del petróleo o fabricante de cosméticos, que son los Médicis de hoy. El arte busca el dinero, pero a su vez puede llenar de luz a un asesino y convertir en un ser divino a cualquier bellotero. Ahora el becerro da señales de querer cambiar de lugar. Los artistas le están montando el nuevo altar en Berlín. El arte y el dinero nunca se equivocan. Si el becerro de oro, precedido por marchantes judíos, se aposenta en Berlín, será un síntoma inequívoco de la decadencia de Norteamérica y de que otra era de esplendor para Alemania ha comenzado.
miércoles, noviembre 08, 2006
Ciudad
Ciudad sin peso, liviana, vacía de historia,
extiendes tu epicentro de tumulto
Sobre tierra de canto soterrado,
de sonido vibrante que retumba
sobre la realidad del suburbio.
Líneas entrecruzadas amplían tu horizonte,
la vida va trazándose en raíles
sobre cuadros de savia encapsulada,
Bajo tu red de cables.
Ciudad de piedras nuevas, nuevos templos,
asciendes desdoblando verticales
Que buscan tras la red un cielo incierto,
batalla de metales y pilares.
Perdida bajo el censo de lo gris,
Despliegas como espina el agua, fértil,
Aliento transversal, eco de lluvia,
Arco-iris, señero para el alma.
Ciudad de viejos árboles callados,
que buscan el color en las esquinas,
retazos de ancestrales tradiciones,
ahora ya sólo eslóganes marchitos.
Sus ramas albergando tu sonido,
que el viento difumina, apaciguando,
la impertinente charla de la gazza,
y el canto reiterado del riente.
Ciudad llena de sueños infinitos,
llevados por canales de desagüe,
hacia ninguna otra parte.
Embudo de la mezcla a veces falsa
del color de dos mundos en billetes,
que remueve emociones al contrario,
desdibujando espacios rectilíneos.
Tuerces el pensamiento de lo ilustre,
Y te limpias la pátina de antiguos,
Y sólo queda en ti el ritmo incesante,
Pálpito de una vida en automático,
que quedará para siempre en el Sur de tu Hemisferio.
Ruth, 7 de nov de 2006. Melbourne, Australia.
domingo, noviembre 05, 2006
LOW
Sin mucha inspiración para lo nuevo, dejo el link a unVídeo de Low, un grupo cuya música vuelvo a escuchar hoy, y me sigue revolucionando por dentro desde que me la recomendaron. (Lo acompaño de una crítica que escribí hace mucho en su concierto de Madrid.) El del vídeo no es el mejor tema ni el más representativo si esta apreciación es posible, pero sí es de los más conocidos. Y desde luego el directo es la manera de escucharlos. Aún así, que se acelere vuestro pulso.
R.Piquer-abril 2005
Acudir a un concierto de Low, no es sólo un privilegio, es un aprendizaje, un desafío personal a la capacidad propia de saber escuchar, y de percibir cada detalle de melodías y acordes. Aunque encuadradas en una estética minimalista, quizá por el tópico de su sentido intimista y “melancólico”, sus canciones se constituyen en verdaderos himnos, elaboraciones perfectas de temas recurrentes que al final uno hace propios, si es que ha sido capaz de responder a la honda reflexión que en ellos se hace.
Si despojamos al grupo de sus atribuciones, acertadas o no, desde el enfoque crítico de los últimos años, al slowcore, el dream rock, etc, etc…. queda todo un revulsivo para la música actual. Música pura, música que aúna perfectamente las palabras con el gesto musical, que sabe utilizar los silencios como un elemento más del ritmo y de la melodía, que se contrae y se recoge, y que se distiende y se desgarra, ésto último no sólo con el despliegue de la guitarra, potenciado en su último álbum, The Great Destroyer, si no con la propia voz expandida, doblada y envolviéndonos a veces en dimensiones irreales.
Solamente mediante guitarra, (Alan Sparhawk) bajo (Zac Rally ) y batería ( Mimi Parker ), este trío de Minnesota consigue emocionar. A veces desde la sencillez de canciones con estribillos “llevables”, redondos, esperanzadores, como Step, que van dando pasos por el pop- rock alternativo y vuelven a la experimentación de estrofas expresivas donde el bajo lleva el protagonismo oscureciendo el sonido antes de volver a ver la luz. Y a veces emocionan desde la complejidad de la tristeza, Silver Rider o When I go deaf, pero una tristeza sobria, armónica, simétrica, nunca deformada, nunca depresiva, …siempre en su punto, siempre bella. Lo bello, como alguien dijo alguna vez, siempre tiene algo de triste…más que eso, contemplar o escuchar la belleza siempre se convierte en elucubración, en autorreflexión, y en autocrítica, y siempre es esperanzador, y positivo.
Por eso no creo en las críticas sobre Low que hablan de tristeza, de melancolía, de intimismo. Low están cantando al mundo, se desgañitan tanto cuando utilizan pocos elementos en las canciones, casi rozando el susurro y el silencio, como cuando potencian el ritmo o la guitarra. Todas las opciones, si se quiere, son reflexivas, y sí entonces, íntimas o intimistas, porque transmiten el mensaje de la manera más directa. Esa emoción expresiva, viene del culto a lo bien hecho y a lo que llena, y sin embargo mediante muchas formas, desde el folk, country, al postrock……y muchos más ámbitos colindantes que Low saben perfectamente aunar.
Alternando con perfecto conocimiento de causa, temas de anteriores discos, como el maravilloso Sunflower, del álbum Things we lost in the Fire, que fue todo un llamamiento a la belleza “callada”, y a la dulzura, hasta los acordes de la mayor parte de canciones del último álbum, The Great Destroyer, del cual, a pesar de que el público nuevo en estos sonidos esperaba las potentes Monkey, o la “popera” California, sin duda destacaron Silver Rider o When I go deaf. En ésta última nos hubiera gustado escuchar mejor, más nítido, el solo de guitarra, una melodía de arabescos llevados al rock actual,arraigados en Norteamérica y en su folk, en vastos campos verdes y en leyendas, o en montes nevados de eterno silencio. Por esos paisajes, siempre densos e iluminados, nos perdimos gracias, entre otras cosas, a la arrulladora voz de Mimi Parker, y solo algún ruido producido por el público interrumpió ese sueño de comunión con nosotros mismos, y la música.
R.Piquer-abril 2005
Acudir a un concierto de Low, no es sólo un privilegio, es un aprendizaje, un desafío personal a la capacidad propia de saber escuchar, y de percibir cada detalle de melodías y acordes. Aunque encuadradas en una estética minimalista, quizá por el tópico de su sentido intimista y “melancólico”, sus canciones se constituyen en verdaderos himnos, elaboraciones perfectas de temas recurrentes que al final uno hace propios, si es que ha sido capaz de responder a la honda reflexión que en ellos se hace.
Si despojamos al grupo de sus atribuciones, acertadas o no, desde el enfoque crítico de los últimos años, al slowcore, el dream rock, etc, etc…. queda todo un revulsivo para la música actual. Música pura, música que aúna perfectamente las palabras con el gesto musical, que sabe utilizar los silencios como un elemento más del ritmo y de la melodía, que se contrae y se recoge, y que se distiende y se desgarra, ésto último no sólo con el despliegue de la guitarra, potenciado en su último álbum, The Great Destroyer, si no con la propia voz expandida, doblada y envolviéndonos a veces en dimensiones irreales.
Solamente mediante guitarra, (Alan Sparhawk) bajo (Zac Rally ) y batería ( Mimi Parker ), este trío de Minnesota consigue emocionar. A veces desde la sencillez de canciones con estribillos “llevables”, redondos, esperanzadores, como Step, que van dando pasos por el pop- rock alternativo y vuelven a la experimentación de estrofas expresivas donde el bajo lleva el protagonismo oscureciendo el sonido antes de volver a ver la luz. Y a veces emocionan desde la complejidad de la tristeza, Silver Rider o When I go deaf, pero una tristeza sobria, armónica, simétrica, nunca deformada, nunca depresiva, …siempre en su punto, siempre bella. Lo bello, como alguien dijo alguna vez, siempre tiene algo de triste…más que eso, contemplar o escuchar la belleza siempre se convierte en elucubración, en autorreflexión, y en autocrítica, y siempre es esperanzador, y positivo.
Por eso no creo en las críticas sobre Low que hablan de tristeza, de melancolía, de intimismo. Low están cantando al mundo, se desgañitan tanto cuando utilizan pocos elementos en las canciones, casi rozando el susurro y el silencio, como cuando potencian el ritmo o la guitarra. Todas las opciones, si se quiere, son reflexivas, y sí entonces, íntimas o intimistas, porque transmiten el mensaje de la manera más directa. Esa emoción expresiva, viene del culto a lo bien hecho y a lo que llena, y sin embargo mediante muchas formas, desde el folk, country, al postrock……y muchos más ámbitos colindantes que Low saben perfectamente aunar.
Alternando con perfecto conocimiento de causa, temas de anteriores discos, como el maravilloso Sunflower, del álbum Things we lost in the Fire, que fue todo un llamamiento a la belleza “callada”, y a la dulzura, hasta los acordes de la mayor parte de canciones del último álbum, The Great Destroyer, del cual, a pesar de que el público nuevo en estos sonidos esperaba las potentes Monkey, o la “popera” California, sin duda destacaron Silver Rider o When I go deaf. En ésta última nos hubiera gustado escuchar mejor, más nítido, el solo de guitarra, una melodía de arabescos llevados al rock actual,arraigados en Norteamérica y en su folk, en vastos campos verdes y en leyendas, o en montes nevados de eterno silencio. Por esos paisajes, siempre densos e iluminados, nos perdimos gracias, entre otras cosas, a la arrulladora voz de Mimi Parker, y solo algún ruido producido por el público interrumpió ese sueño de comunión con nosotros mismos, y la música.
viernes, noviembre 03, 2006
Contrapartida
Y este espacio, se lo dejo a mi padre, que da su contrapartida al mundo desde el arte, desde las letras... desde la Poesía, plástica y escrita, desde la enseñanza siempre entregada y desde una sabiduría infinita y por ello humilde.
Alfredo Piquer Garzón. (Madrid 1951)
Licenciado en Filosofía y Letras, Doctor en Bellas Artes, realiza labor docente e investigadora como profesor Titular en la Facultad de Bellas Artes de la U. Complutense de Madrid. Dirige y coordina el Grupo de Poesía del Círculo de Bellas Artes de Madrid donde ha sido Premio de Poesía de la Institución en 2002.
Oráculo
No me basta el relato ni la memoria vaga
en aquella mañana del estío en el monte
donde habita el oráculo. Si se calló la pitia
sin pronunciar , ajena, su velada palabra;
si tan solo las ruinas y las líquidas piedras
acogieron mis pasos con silencio de túmulo.
No es bastante el recuerdo poco a poco perdido
de la mirada blanca, vacía y alienada,
los detenidos pliegues de bronce en el recuerdo
como espejo de óxido, donde he imaginado,
las cercenadas riendas en las manos,
conducir todavía mis caballos.
No es suficiente el largo transcurrir de los días
donde el orgullo mudo, solo por haber visto
las piedras arruinadas, los tesoros robados,
se disgrega despacio para quedarse en nada.
Porque casi he olvidado los olivos violetas,
el temblor de los blancos corderos degollados
con balido de angustia como el canto de Apolo.
Y si fueron las cuerdas erguidas como fustes
de una pétrea lira que sonase en el templo
de la diosa de ojos de lechuza
las que hablaron en vez de la sibila.
No me basta.
No me basta una historia imaginada solo
porque no sería cierta.
No me basta el relato, sino solo el poema.
Solo un verso que diga que tu estabas ausente;
tú, la pitia dormida de vapores de llanto
que mantuvo el silencio. Tu la adivina ebria,
lejana, enajenada, de sueños destruidos
que regresó al vacío y abandonó los templos
devastados; la decepción profunda del saqueo
que disolvió la fiebre de nuestro amor perdido.
El poema me basta.
Porque el poema es lágrima amarga e insufrible
de metano y sulfuro que brota del olvido;
fehaciente memoria de tu silencio largo
el monstruoso ofidio que engulle lentamente
con ojos insidiosos el sueño de la vida.
Solo el poema basta, veraz y pestilente
como oráculo oscuro del fracaso.
Muertos
Los escritores están obligados a contar los muertos G. Grass
Pero la tarde inmensa ofrece ante mis ojos
un páramo de brumas y humaredas.
Enteramente negra, la noche ha descubierto
su cúmulo vencido de racimos de plata,
apagada la luz que cunde en el océano,
presa el cielo del plomo que inunda ya el camino
que no tiene retorno;
y el látido y el beso serán solo fantasmas del pasado
y no habrá sino arena lacerada y estéril,
zigurats derribados y ennegrecidos pozos
de sangre de la tierra funeral e incendiada;
y no habrá sino fosas de nombres olvidados ,
adensadas mareas de alquitrán irisado
como negro sudario que amortajase vuelos,
epicentros de fango y agigantadas olas
de miseria y de llanto.
Y no habrá sino tarde tendida de desiertos
oscura, encapotada de cúmulos de lágrimas
lloviendo en los escombros sobre el largo paisaje
de un campo de batalla sin término ni límites
donde contar los muertos uno a uno
y constatar sus nombres
de los que el mío sin duda sea el primero.
Alfredo Piquer Garzón. (Madrid 1951)
Licenciado en Filosofía y Letras, Doctor en Bellas Artes, realiza labor docente e investigadora como profesor Titular en la Facultad de Bellas Artes de la U. Complutense de Madrid. Dirige y coordina el Grupo de Poesía del Círculo de Bellas Artes de Madrid donde ha sido Premio de Poesía de la Institución en 2002.
Oráculo
No me basta el relato ni la memoria vaga
en aquella mañana del estío en el monte
donde habita el oráculo. Si se calló la pitia
sin pronunciar , ajena, su velada palabra;
si tan solo las ruinas y las líquidas piedras
acogieron mis pasos con silencio de túmulo.
No es bastante el recuerdo poco a poco perdido
de la mirada blanca, vacía y alienada,
los detenidos pliegues de bronce en el recuerdo
como espejo de óxido, donde he imaginado,
las cercenadas riendas en las manos,
conducir todavía mis caballos.
No es suficiente el largo transcurrir de los días
donde el orgullo mudo, solo por haber visto
las piedras arruinadas, los tesoros robados,
se disgrega despacio para quedarse en nada.
Porque casi he olvidado los olivos violetas,
el temblor de los blancos corderos degollados
con balido de angustia como el canto de Apolo.
Y si fueron las cuerdas erguidas como fustes
de una pétrea lira que sonase en el templo
de la diosa de ojos de lechuza
las que hablaron en vez de la sibila.
No me basta.
No me basta una historia imaginada solo
porque no sería cierta.
No me basta el relato, sino solo el poema.
Solo un verso que diga que tu estabas ausente;
tú, la pitia dormida de vapores de llanto
que mantuvo el silencio. Tu la adivina ebria,
lejana, enajenada, de sueños destruidos
que regresó al vacío y abandonó los templos
devastados; la decepción profunda del saqueo
que disolvió la fiebre de nuestro amor perdido.
El poema me basta.
Porque el poema es lágrima amarga e insufrible
de metano y sulfuro que brota del olvido;
fehaciente memoria de tu silencio largo
el monstruoso ofidio que engulle lentamente
con ojos insidiosos el sueño de la vida.
Solo el poema basta, veraz y pestilente
como oráculo oscuro del fracaso.
Muertos
Los escritores están obligados a contar los muertos G. Grass
Pero la tarde inmensa ofrece ante mis ojos
un páramo de brumas y humaredas.
Enteramente negra, la noche ha descubierto
su cúmulo vencido de racimos de plata,
apagada la luz que cunde en el océano,
presa el cielo del plomo que inunda ya el camino
que no tiene retorno;
y el látido y el beso serán solo fantasmas del pasado
y no habrá sino arena lacerada y estéril,
zigurats derribados y ennegrecidos pozos
de sangre de la tierra funeral e incendiada;
y no habrá sino fosas de nombres olvidados ,
adensadas mareas de alquitrán irisado
como negro sudario que amortajase vuelos,
epicentros de fango y agigantadas olas
de miseria y de llanto.
Y no habrá sino tarde tendida de desiertos
oscura, encapotada de cúmulos de lágrimas
lloviendo en los escombros sobre el largo paisaje
de un campo de batalla sin término ni límites
donde contar los muertos uno a uno
y constatar sus nombres
de los que el mío sin duda sea el primero.
miércoles, noviembre 01, 2006
A un amigo
Hace unos diez años, o más….Un chico distraído, aparentemente. Detrás, una mirada serena, profunda, que está aprendiendo a medir cada paso en la vida y que reflexiona con entusiasmo y con tesón sobre sus ilusiones.
Se va forjando una amistad, y cada paso es certero, a pesar de algo de viento en el camino. Y nunca ha fallado, en lo esencial, en lo que importa, en el apoyo mutuo y en la evidencia y la confianza de que estamos ahí, y que la amistad es firme.
Y con los años voy observando, (o quizá me de cuenta ahora de repente, cuando miro atrás desde una incipiente conciencia), lo que es y lo que ha sido todo.
Y me doy cuenta que poco a poco se ha ido haciendo, y se está haciendo, pero como él quiere: Volviendo sobre los pasos errados, el sufrimiento, algo de soledad, los golpes de gente egoísta ante su perceptible fragilidad, y sopesando cada uno, para encontrarse ahora feliz, valiente, fuerte, consciente, creando su mundo, y mejorando el de los demás.Y enseñándonos cómo se ha de hacer, cómo nos hemos de hacer. Ni lento, ni rápido, pero muy seguro. La seguridad que le otorga el ser feliz desmontando la hipocresía, desmontando la injusticia, y el haber encontrado otra mirada serena, consciente y constante, maravIllosa, llena de dulzura, en la voluntad diaria para compartir todas las pequeñas cosas y el camino con el que van a llegar, seguro, a un lugar propio y al mismo tiempo de comprometida lucha, pero un merecido lugar. Si es que no han llegado ya.
En la otra cara lunar
Letra : La Buena Vida. Música : La Buena Vida.
Los planetas son la única preocupación, que gira alrededor de más de un investigador.
Sus misterios son objeto de estudio que yo, sigo con gran atención, su origen y composición.
Cada día, sabemos algo más de los planetas, que nos dan nuevas pistas.
Si quisieras, nos podríamos juntar, en la otra cara lunar, a escondidas, a escondidas.
Dicen que después de una explosión inicial, todo se puso a andar, con un orden muy natural.
No sé que pensar, quiero creer que es verdad, yo ando en mi propio big-bang, y no sé cuándo acabará.
Todavía, cuando un meteorito cae, su revolución nos trae, de cabeza.
Si quisieras, nos podríamos juntar, en la otra cara lunar, a escondidas, a escondidas...
Cine Italiano
El otro día fui a ver Il Caimano, la última película de Nanni Moretti.
Este director suele jugar con la narración dentro de la narración. En este caso bajo el tema de una aparente crítica a Berlusconi se esconde la historia de una jovencísima directora de cine y un productor maduro y "fracasado". ¿O era al revés?
Me sorprendió la cantidad de "estilos", tonos y caracteres que discurren a lo largo de la cinta. Para cada situación, para cada ambiente, para cada diálogo, un encuadre, una estética, una fotografía, una escenografía, y una referencia ( a los muchos estilos cinematográficos ) distinta:
lo hiper-realista se mezcla con lo poético, con lo grotesco, con el negro... y de background por supuesto todas las huellas de los grandes italianos, de Fellini a Bertolucci, y Benigni ( esta referencia me gusta menos).
A pesar de un aparente discurso irreal dentro de lo real, y la primera sensación de incoherencia, la película representa, más que la supuesta crítica a Berlusconi, los sentimientos más humanos rescatados de tipos -no tan comunes de todas formas- del entorno actual. Transmitidos sobre todo en -por supuesto diálogos-, pero sobre todo algunos silencios, algunas miradas y algunas fotografías.
Esos dos mundos, aparentemente separados, en la narrativa visual, se acaban mezclando, de la misma forma que la situaciones "reales" se están produciendo en el mismo entorno y circunstancia que se pretende aislar -que los personajes y el espectador desean aislar- a otro discurso narrativo, para establecer una distancia y una perspectiva crítica. O quizá..¿lo más objetivo es lo que se quiere aislar en teoría, y realmente son sus verdaderos sentimientos lo que los personajes finalmente han encerrado y desbrozado en un discurso visual?
En cualquier caso, el aparente humor entraña unos caracteres muy dibujados en los personajes: la no tan joven Teresa a pesar de su edad, y la ignorancia infantil de muchos otros adultos. En toda esta fragmentación vamos aprendiendo de cada uno, y lo que al principio es una situación graciosa, divertida, distante, y objetiva, u objetivada, nos termina implicando en los dos discursos el real y el irreal, y los une para ponernos en una postura crudamente crítica ante el mundo actual y ante nosotros. La vida misma.
Por cierto, la recomiendo. : )
Igor Strawinsky Vs. Picasso
Igor Strawinsky conoció a Picasso en Roma en 1917. (A partir de entonces comenzó su colaboración y su intercambio de opiniones, bocetos y dibujos……) De allí marcharon a Nápoles junto con Diaghilev, Massine (Ballets Russes), y Cocteau. En esta ciudad confluían las tendencias vanguardistas en una época difícil pero sumamente fructífera para la creación artística. La música de Strawinsky sonaba mientras se exponían en el mismo Teatro Constanza obras de Picasso o Braque.
Allí el pintor realizó el primer dibujo pre-cubista de Strawinsky, un retrato que al salir del país, en la aduana italiana, fue considerado un plano de las fortificaciones fronterizas : ))
martes, octubre 31, 2006
Coser y Cantar o la Rueca del Tiempo y la Distancia
Tras un día largo que gira sobre sí, me he sentado en la soledad y el silencio a realizar algo tan simple y tan complejo como coser un botón.
Como toda labor artesanal, pronto me he visto recogida sobre mí misma, mis manos sosteniendo la aguja, entretenidas y entretejidas en la labor reiterada, pero no monótona, de Coser.
El tiempo que había corrido rápido en el exterior, en el mundo, sus distancias, sus tensiones, su movimiento….., se cerraba sobre sí mismo en la concentración sobre la aguja, el hilo pasando, reafirmando meditaciones y reflexiones a la vez que las sujetaba en la tela.
Y de pronto, en los círculos de mis manos y mis pensamientos, aparecía la propia actividad de coser como un elemento clave en el imaginario de Oriente y Occidente: Toda la Historia, ceñida, tejida, enroscada, enhebrada, cosida;…. toda la Historia como un discurso creado sobre el intento de retener el Tiempo, de enhebrarlo muy fino para poder abarcarlo, en el tiempo y en el espacio.
La rueca de Cotos, la Moira griega que elige nuestro destino y lo pone en la rueca.
Y Penélope, cosiendo, cosiendo, reiteradamente, serenamente, esperando, deteniendo el curso de las horas ficticias en el acto de coser, y esperando el destino, Ulises perdido en el movimiento, en el avance del tiempo y el espacio.
También Aracne, bordando y tejiendo para vencer la avaricia de un mundo sentenciado a un destino ordenado por Dioses caprichosos. Y por ello también las Hilanderas de Velázquez, recogidas en el cuadro, llevadas al mito desde la atemporalidad de la imagen. Y Goethe: Su Margarita ante la rueca, girando, girando, para evitar la pérdida del amor y dominar su destino, y la música de Schubert ilustrando la rueca, pesante en el piano, circular, como los capturados sentimientos de Margarita, o como la dama de la torre de los hermanos Grimm condenada también a hilar y a tejer el tiempo.
Todas las mujeres que cosen y cantan, que esperan y que retienen el destino, el tiempo, la tradición popular….
Todas las telas y los tejidos hechos por las Mujeres a lo largo de la Historia, creando un destino concéntrico, apresado en los arabescos, las filigranas tejidas, los adornos, las grecas, y la materialidad física reiterativa, monótona de la tela, atrapando el trabajo, la labor de las manos, el pensamiento, la música, la vida, al fin el tiempo…, en el acto de Coser.
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