Era su obra maestra.
Le había dado forma día a día, forjado con razón y orden cada gesto, cada sonrisa, cada lágrima.
Era su obra maestra y no había nada más que perfeccionar.
Pasarían los años y ella actuaría como él quisiera, bajo el signo del raciocinio más estricto. Ni un ápice de personalidad.
Era su obra maestra y con ella estaba...razonablemente solo.
Ruth, oct. 2008.