martes, julio 17, 2007

Tintín, Tchang, Hergé... y los demás.



POR: ALFREDO PIQUER




Tintin en el Tibet.-

Después de leer la noticia de un accidente aéreo en el Himalaya, Tintín tiene un sueño donde su joven amigo Tchang herido le pide ayuda medio enterrado en la nieve. Al día siguiente se entera por el diario de que Tchang viajaba en el avión siniestrado, y que no han encontrado supervivientes. Pero Tintín cree que Tchang está vivo y parte hacia Katmandú con el objetivo de organizar una expedición de rescate.



Tchang

Porque en mi fuero interno
otro hombre me habita
quizá mucho más joven
que lo que soy yo mismo,
tal vez con otros rasgos y otra lejana raza
que en el mismo momento en que escribo estas líneas
acaba de sufrir un accidente.
El vuelo en en que viajaba, sin que yo lo supiera.
sobre las cumbres altas, que hay en todas las vidas,
la juventud sagrada
donde todos los sueños se elevan imponentes
cubiertos de pureza,
se ha abatido de pronto , se ha estrellado …en el tiempo.
Y no se si éste joven que hasta hoy me habitaba
haya sobrevivido.
Pero no, Tchang no ha muerto!
Sobre la nieve helada de los años perdidos
alguna antigua bestia triste como un recuerdo
le mantiene con vida y le retiene preso.
Es preciso buscarle, contra todo pronóstico
porque se que aún vive.
Rescatarle del sitio perdido y olvidado
de la noche perenne que ha impregnado sus días,
de la caverna helada en donde ahora vive
en el duro camino de la ascesis …
que conduce hasta el Tibet del espíritu.
Oh Georges Remy, Fanny y Tchang en las cumbres
del Himalaya interno.
Yo soy Tintín, soy Haddock, soy el Migú
Yo soy la bestia triste que secuestra mis sueños
Pero soy ese joven perdido que aun me habita,
Soy Tchang y soy tú mismo!
La ilusión que aún no ha muerto!








Alfredo Piquer, julio 2007




lunes, julio 16, 2007

"Show me the way to the next whisky bar": Mahagonny

Grosz, Los ladrones de la sociedad, 1920


El 9 de marzo de 1930 se estrena en Leipzig, Alemania, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny. (Aufstieg und Fall der Stadt Mahagonny). Con libreto del corrosivo Bertolt Brecht y música del gran Kurt Weill, que colaboraron también en la Ópera de los Tres Peniques (1928), la obra –en tres actos- se sitúa a medio camino entre el songspiel, conjunto de canciones con interludios orquestales, y la ópera.
A partir de un argumento aparentemente simple, Brecht nos introduce en una metáfora de la sociedad, tanto la capitalista como la comunista, los regímenes totalitarios, una metáfora del individuo, del ser humano enfrentado a su libertad y a la privación de ésta:
“Un insólito grupo de individuos perseguidos por la policía norteamericana por fraude y prostitución huye hacia la costa californiana. En el trayecto se les estropea el camión en el que viajan y por no proseguir a pie deciden fundar la ciudad de Mahagonny como la ciudad de los placeres donde todo está permitido menos no tener dinero…"
Estos fugitivos son Leokadia Begbick, Fatty “el apoderado” y Moisés de la Trinidad. Convertirán Mahagonny en una ciudad basada en el “todo vale”… si se puede comprar. Una ciudad inexistente, imaginaria de Norteamérica, una ciudad en el desierto de Alabama, -alusión a los feroces buscadores de oro estadounidenses-. Una premonición de las Vegas, y una reminiscencia ¿de Sodoma y Gomorra?, entre otras…
Es un lugar fuera de tiempo y espacio, un lugar hecho mito, hay que desplazar al espectador ese plano neutro para hacerle comprender el significado último del contexto y las contradicciones, y contrarios, que participan en el argumento. La ciudad es la “patria” en el sentido abstracto, es la búsqueda del yo en una sociedad corroída, que va construyéndose, discurriendo en ese tiempo y ese espacio indeterminados a partir de una serie de caracteres extremos: prostitutas, buscadores de oro, nuevos ricos procedentes de Alaska, personajes que no dejan de mostrar en sus diálogos las contradicciones entre la vileza y la humanidad, la necesidad de lo social, de la amistad y el amor, y el más primitivo egoísmo, soledad y aislamiento.
En Mahagonny reina una tranquilidad que parece libre, pero es impuesta por la dependencia de valores artificiales. El tiempo pasa sin que pase nada más que la pasividad y la desidia, y surgen los conflictos cuando lo externo, que no se puede dominar ni controlar, viene a destruír la ciudad: un huracán. Surgen los primeros conflictos: el miedo a perder, la muerte, la soledad, el miedo al otro, el afán de supervivencia por encima del otro… el huracán finalmente “pasa de largo” y se recupera el día a día apacible, ver pasar la vida sin reflexionarla, sólo emborrachándola con el alcohol prohibido: Hoy la TV, la pantalla del ordenador, el capitalismo feroz, la destrucción del medio natural… Nihilismo.
Y existencialismo. La paradoja ya se ha planteado…¿algo ha cambiado en Mahagonny? : ¿es más peligroso el “huracán” o el propio ser humano cuando no tiene reglas ni convicciones éticas, sino “reglas” impuestas por el poder, el dinero, la sociedad…..? y sin embargo… ¿ es posible la libertad, la entrega sin egoísmo, al amistad y el amor puros, el conocimiento de uno mismo sin los demás?
Uno de los personajes, Jim Mahonney, plantea esa rebelión contra la autoridad de la no “autoridad”. Se cuestiona su libertad, se cuestiona su soledad, se cuestiona el amor por Jenny, una de las prostitutas, que simboliza además cierta liberación femenina en un mundo machista. Su rebelión le costará la muerte: Su conflicto interno, le hace olvidar el contexto en el que está, le saca fuera de él y ¿le acerca al ser humano? olvidando que ha de pagar sus deudas impuestas de sexo y alcohol. La justicia –tripartita-, los tres fugitivos convertidos en jueces despiadados e ignorantes, decide que la deuda de dinero es imperdonable, más que el asesinato. Jim Mahonney es condenado a muerte, desfallecido de sed y hambre…. su amigo Bill y su amante Jenny le lloran… pero al final, ni siquiera Jenny quiere pagar por él. Se puede encontrar una interpretación religiosa, si se quiere, en el texto de Brecht, pero no sin la carga irónica contra la moral férrea de ciertas creencias…
Al final ha sido necesario un nuevo orden en Mahagonny, -crítica al totalitarismo y prefiguración del nazismo- confusión y caos bajo un orden aparente, impuesto. Triunfa la miseria humana.
La música de Kurt Weill nos hace percibir el contenido del texto con sus matices múltiples, desde lo solemne a lo grotesco. Con una orquesta donde al viento y al cuerda tradicionales se incorporan un bandoneón, y un banjo, entre otros instrumentos poco comunes para la formación tradicional, Weill nos lleva por el cabaret berlinés, jazz, canciones, tarantelas, blues, opereta, música popular, música barroca de carácter religioso –alusión enfática a la autoridad moral, a ¿Dios?- , fugas, grandiosos coros casi verdianos, -de esclavos también, aunque éstos de capitalismo-, que atraen al público a la escena y le increpan como la voz de la conciencia.
Una diversidad de músicas que subraya el significado de la obra y consigue crear una música lo suficientemente compleja, llena de disonancias y matices dramáticos intencionados, y a la vez lo suficientemente pegadiza para que el mensaje de sus “estribillos” se nos quede bien. Al principio presenta una serie de temas que se van complicando y desarrollando a lo largo de la obra, pero siempre vienen con su mensaje mordaz, satírico, a recordanos su importancia en cada momento de la acción.
Alabama song, ya un clásico, se mueve entre lo lírico nostálgico y lo irónico declamado. Versionada por grupos y cantantes hasta la extenuación, desde The Doors, David Bowie, hasta Marilyn Manson (¡!). Sin duda nos quedamos con la diosa Ute Lemper, o apurando, Marianne Faithfull, pero no hay nada como la versión original de Lotte Lenya, esposa de Weill.
Well, show me the way To the next whiskey bar
Oh, don't ask why
Oh, don't ask why
Show me the way To the next whiskey bar
Oh, don't ask why, Oh, don't ask why
For if we don't find The next whiskey bar
I tell you we must die I tell you we must die, I tell you, i tell you i tell you we must die
Oh, moon of Alabama We now must say goodbye
We've lost our good old mama, And must have whiskey, oh, you know why
Oh, moon of Alabama, We now must say goodbye
We've lost our good old mama, And must have whiskey, oh, you know why
Well, show me the way, To the next little girl
Oh, don't ask why., Oh, don't ask why
Show me the way, To the next little girl
Oh, don't ask why oh, don't ask why
For if we don't find, The next little girl
I tell you we must die, I tell you we must die, tell you, i tell you i tell you we must die
Oh, moon of Alabama, We now must say goodbye
We've lost our good old mama….

Aquí unos fragmentos de la versión del Festival de Salzburgo, 1998:








Mahagonny se ha reinventado y reutilizado con posterioridad, en el cine, desde la Leyenda de la ciudad sin nombre (Joshua Logan, 1969), hasta Dogville (2003) y Manderlay (2005) de Lars Von Trier.

Ruth Piquer, julio 2007

domingo, julio 08, 2007

Madrid-Melbourne-Madrid



...So glad...

Engreídos y enrollados



por Javier Marías. Publicado en EPS, 8-7-2007



Hace ya muchos años escribí en otro lugar un artículo en el que señalaba que hay tres cosas que los españoles nunca estamos dispuestos a admitir no tener. Sólo recuerdo aproximadamente cuáles eran, pero estoy seguro de que no se trataba de belleza ni de inteligencia, ni desde luego de saber. Quiero decir que no nos queda más remedio que reconocer que hay personas más guapas, o bien que no gustamos. Y aún es más: hoy se diría que la mayoría asume estar muy lejos de la perfección, a tenor de la locura quirúrgica que se ha apoderado de una exagerada parte de la población. Adolescentes que se implantan pechos como maderos o globos, señoras que se inyectan cuanto es inyectable y se sajan y rajan y tajan por doquier, caballeros que se estiran el pene o se recortan los glúteos, actrices, cantantes y locutores que ya no pueden ni esbozar una sonrisa, de tirantes y pespunteados que van, en fin. Tampoco cuesta aceptar que otros piensan mejor, o que tienen "más cabeza", no digamos ya más saber. El saber suele traernos sin cuidado, y nos sentimos muy ufanos de que con lo que ignoramos se puedan llenar enciclopedias que no cabrían en ninguna biblioteca. La tendencia es más bien a ponerse desafiantes ("Sí, no tengo ni idea, ¿y qué pasa?") o a burlarse de los conocimientos ajenos ("Joé, en qué cosas pierde este el tiempo").

Lo que nadie soportaba, en cambio (de dos cosas sí me acuerdo), era que se le negara la posesión de sentido del humor y de buen gusto. Raro es el que no está convencido de verse adornado por esas dos cualidades. El que va hecho un adefesio a los ojos de los demás jamás comparte esa opinión, sino que cree que lo favorecen sus pantalones semicortos o de longitud imposible, su repugnante camiseta por fuera y sus sandalias de ibicenco o de fraile, por mencionar un atuendo frecuente en los ofensivos meses veraniegos que ya han llegado. Y todo el mundo cree tener su casa decorada con magnífico gusto, así sea como la que le hemos visto al imputado Roca de la "Operación Malaya" o las que en su día nos mostró su padrino y compadre Gil y Gil. En cuanto al sentido del humor, yo he visto cómo presumía de poseerlo a raudales el escritor más avinagrado, solemne, quejoso y apocalíptico de cuantos pululan por aquí. Baste con ese ejemplo de divergencia extrema entre la propia visión de uno mismo y la que tienen los demás.

Ya digo que no recuerdo la tercera cualidad que entonces me pareció irrenunciable para casi cualquier español, pero hoy veo otra, que sin duda no incluí: nuestros compatriotas no soportan no pasar por "enrollados", por "unos tíos o tías enrollados", y, para demostrar que lo son, no vacilan en hacer el ridículo, sobre todo cuando suena música alrededor, lo cual ocurre en España sin cesar. El ejemplo más nítido lo vi en televisión, y no precisamente en los muchos programas que consisten en hacer el ridículo: hace un año o así, el cantante Juanes interpretó unas canciones (vayan a saber por qué) ante el Parlamento Europeo. La mayoría de diputados las escuchó sentada, con curiosidad. Salvo buena parte de los españoles, que, para que se viera lo enrollados que son y que "no podían resistirse al ritmo", se pusieron en pie y bailotearon con aspavientos junto a sus escaños, con enorme artificialidad. La visión causaba vergüenza ajena y ganas de fingirse belga o danés (que, francamente, ya es fingir). Otro tanto sucedió en el último Festival de Cannes: durante diez minutos, sin tiempo ni para calentar el ambiente, el grupo U2 interpretó unas melodías subido a una tarima (vayan a saber también por qué). Por lo que se veía, abajo había sobre todo actores, y sólo algunos españoles se lanzaron a bailar "en seco" pero frenéticamente, con todo tipo de gestos y contoneos y sombreros insólitos, para que se apreciara que "llevaban la música en la sangre" y que eran unos "superenrollaos": gente expresiva, con garra, grotesca. Es curioso que un país en el que no se imparte la más mínima educación musical, en el que a la mayoría no se le ha enseñado ni a entonar un himno o canción sencilla, se jacte de andar loco por la música, y en verano más, con los infinitos festivales de baffle y sudor. Qué marchosos somos, hay que ver.

En cambio, nadie reconoce poseer una de las características más frecuentes entre los individuos del país: el engreimiento, que asoma hasta en quien menos se espera. Un ejemplo reciente y significativo: al día siguiente de limar asperezas con Zapatero ante la renovada amenaza de ETA, el sosísimo Rajoy fue a la radio más chulesca, y, cuando creía que no lo grababan, se pavoneó de haber desconcertado al Presidente: "Ayer él no se creía que yo iba a hacer lo que hice, ¡ni de coña, vamos! Con lo cual se quedó así, un poco ? Y luego salió la otra, que se veía que debía tener otro rollo preparado, y sobre la marcha hizo una intervención un tanto extraña ..." "La otra" no era ni más ni menos que la Vicepresidenta de la nación. Todo ello acompañado de una sonrisita fanfarrona ("Mecachis, qué astuto soy"). Pero observen estas dos expresiones, "¡ni de coña, vamos!" y "otro rollo preparado". ¿No es meridiano que, además de todo, Rajoy quería que sus contertulios se quedaran pasmados de lo enrollado que era? La prudencia nos libre de ellos, de los engreídos y los enrollados.